Pero ¡horror! ¡Cuán gran fue su disgusto al percatarse de que todos los niños de aquel lugar hablaban en un idioma que ella desconocía! Le pusieron una pegatina de una ballena en la camiseta y le invitaron a jugar con ellos, pero ella no entendía nada.
Por eso decidió ponerse en guardia y no comer ni intentar comunicarse con ellos hasta averiguar qué se proponían. Investigando investigando, descubrió que cerca del lugar había niños a los que sí comprendía. Se acercó a ellos y les preguntó quienes eran. Ellos, a coro le dijeron ¡¡nosotros somos caracoles!!
Al volver a casa le dijo a su madre que ella lo que quería era ser un caracol, y tras unas llamadas telefónicas, pasó de ballena a caracol, para más tarde ser delfín y luego cocodrilo.